19.9.10

muse mèduse

Desde el profuso resplandor de la palabra
te busco. Pero no te llamo;
tus nombres que son todos y ninguno
diseminados están
en el mar de lo innombrable.

Me sumerjo submarino, capitán
de un barco que se hunde;
y llego al fondo donde un ancla
no vale más que ese liquen que lo enfunda.

Está oscuro, alrededor todo es silencio
perspicaz, caricia de escamas, roce
de pez, fugacidad de aleta. Y luego
nuevamente esa pesada oscuridad.

[Atisbo de pronto esta fatalidad que me rodea
y no logro comprender. No hay ahogo alguno;
y el océano insondable no me aplasta, me deleita.]

Veo de repente un haz de luz que se me acerca .

Ser luminoso que cruzas mi camino, dime:
Cuál de las mareas me arrima a superficie;
dónde la salida que burla el laberinto;
y qué me pasará entonces si te sigo.

Hay una danza para ojos que no miran
al son de un canto que se siente aunque no suena.

Y aquí estoy siguiendo una medusa
en lo profundo de un mar, junto a un barco hundido.

Más allá de la palabra que te busca
ahora sé que hay un mundo que fascina.

16.9.10

proclamando la tormenta en el terraplén

Saber irse corriendo escurridizo por la corriente hasta llegar a la cascada en boca fuente de implosiones luminosas, astro de carne roja y rastro fugaz de uña, más fiera garra diente, arrastrándose acuático el tiempo por la marea imposible de navegar. Como asteroide el rostro impelido por el grito se desvanece íntegro en una tormenta de pelos. Mientras la arena murmura bajo las olas, a cuatro vientos, un presunto pasado de noble torre o de castillo imposible de demoler, el mundo entero es una grieta abriéndose las venas en abanicos de fulgores extendidos al instante vaporoso de un suspiro contenido.

14.9.10

ritual improbable

Tanto cuidadoso empeño
y esa minuciosidad de araña
o de hormiga, tejiendo
y escarbando el peñasco
de la duda. Desempañada

la reticencia al derrumbe,
es esto;
el equilibrio necesario
a toda obra constructiva.

Esa parsimonia imperativa
hacia la arista que aguarda
impávida,
sostener al espacio circundante.

Y esas manos suyas, intuyendo
cada gesto, e influyendo en cada punto
la fuerza que hace falta para darle luz
a un mundo entero.

Tanta delicadeza concentrada,
y esa ardua ceremonia
inconfesable,
de hacer entre sus manos
una escultura de aire.

Para que entonces venga
ella
y la destruya, inevitable
al pasarle por encima
con su andar indiferente.