Di de puños a la puerta
abandonada hasta romper
-al unísono del eco-
como madera seca
todos los huesos de mi mano.
Perdí el tren.
Trastabillando en los andenes
fui arando pedregullos y durmientes
con los pies descalzos.
El bolso remendado
dejó caer los bombones que llevaba
en algún punto del camino.
Llegué a la estancia.
Paré en la puerta y golpeé
hasta cansarme y sangrar
en el cantero descuidado
este manojo de flores oxidadas.